Medea Eurípides
Personajes
Nodriza.
Creonte
Hijos de Medea.
Pedagogo
Jasón
Coro de mujeres.
Egeo
Medea
Mensajero
NODRIZA. — ¡Ojalá la nave Argo no hubiera volado sobre las sombrías Simplégades hacia la tierra de Cólquide[1], ni en los valles del Pelión hubiera caído el cortado por el hacha[2], ni hubiera provisto de remos las manos de los valerosos hombres que fueron a buscar para Pelias el vellocino de oro! Mi señora Medea no hubiera zarpado hacia las torres de la tierra de Yolco, herida en su corazón por el amor a Jasón, ni, habiendo persuadido a las hijas de Pelias a matar su padre[3], habitaría esta tierra corintia con su esposo y sus hijos, tratando de agradar a los ciudadanos de la tierra a la que llegó como fugitiva y viviendo en completa armonía con Jasón: la mejor salvaguarda radica en que una mujer no discrepe de su marido.
Ahora, por el contrario, todo le es hostil y se duele de lo más querido, pues Jasón, habiendo traicionado a sus hijos y a mi señora, yace en lecho real, después de haber tomado como esposa a la hija de Creonte, que reina sobre esta tierra. Y Medea, la desdichada, objeto de ultraje, llama a gritos a los juramentos[4], invoca a la diestra dada, la mayor prueba de fidelidad, y pone a los dioses por testigo del pago que recibe de Jasón. Ella yace sin comer, abandonando su cuerpo a los dolores, consumiéndose día tras día entre lágrimas, desde que se ha dado cuenta del ultraje que ha recibido de su esposo, sin levantar la vista ni volver el rostro del suelo y, cual piedra u ola marina, oye los consuelos de sus amigos[5]. Y si alguna vez vuelve su blanquísimo cuello, ella misma llora en sí misma a su padre querido, a su tierra y a su casa, a los que traicionó para seguir a un hombre que ahora la tiene en menosprecio. La infortunada aprende, bajo su desgracia, el valor de no estar lejos de la tierra patria.
Ella odia a sus hijos y no se alegra al verlos, y temo que vaya a tramar algo inesperado, [pues su alma es violenta y no soportará el ultraje. Yo la conozco bien y me horroriza pensar que vaya a clavarse un afilado puñal a través del hígado, entrando en silencio en la habitación donde está extendido su lecho, o que vaya a matar al rey y a su esposa y después se le venga encima una desgracia mayor], pues ella es de temer. No será fácil a quien haya incurrido en su odio que se lleve la corona de la victoria.
Pero he aquí a los hijos que vienen de ejercitarse en la carrera, sin preocuparse en absoluto de las desgracias de su madre, pues a una mente joven no le gusta sufrir.
PEDAGOGO— Antigua esclava de mi señora[6] ¿por qué estás junto a las puertas tan solitaria, lamentando contigo misma desgracias? ¿Cómo consiente Medea en estar sola sin ti?
NODRIZA. — Anciano compañero de los hijos de Jagén para los buenos esclavos es una calamidad que rueden mal las cosas de sus amos, y hace mella en sus corazones. Yo he llegado a un grado tal de sufrimiento, que el deseo me ha impulsado a venir aquí a confiar a la tierra y al cielo las desgracias de mi señora.
PEDAGOGO. — ¿No cesa aún la desgraciada en sus gemidos?
NODRIZA. — Envidio tu ingenuidad. El dolor está en su principio y aún no ha llegado a su mitad.
PEDAGOGO. — ¡Insensata!, si es lícito dirigirse así a los señores. ¡Cuán lejos está de conocer sus nuevas desgracias[7]
NODRIZA. — ¿Qué sucede, anciano? No rehuses hablar.
PEDAGOGO. — Nada. Bien arrepentido estoy de lo que acabo de decir.
NODRIZA. — No, por tu mentón[8], no ocultes nada a tu compañera de esclavitud, pues yo guardaré silencio si es necesario.
PEDAGOGO. — He oído a alguien, haciendo que no prestaba atención, y acercándome a los jugadores de: dados allí donde los más ancianos están sentados alrededor de la augusta fuente de Pirene[9], que Creonte, soberano de esta tierra, iba a expulsar de este suelo a estos niños con su madre. Mas ignoro si este rumor es verdadero. Desearía que no lo fuese.
NODRIZA. — ¿Y Jasón va a permitir que sus hijos sufran esto, aunque no se lleve bien con su madre?
PEDAGOGO. — Las antiguas alianzas ceden el paso a las nuevas y aquél ya no es amigo de esta casa.
NODRIZA. — Estamos perdidos, si un nuevo mal añadimos al antiguo, antes de haber apurado este presente[10]
PEDAGOGO. — Tú, al menos —pues no es momento de que lo sepa la señora—, tranquilízate y guarda silencio.
NODRIZA. — Hijos, ¿oís cómo se porta vuestro padre con vosotros? Que no perezca, pues es mi señor, pero no hay duda de que es un malvado con los suyos.
PEDAGOGO. — ¿Y quién no de los mortales? Acabas de comprender que todo el mundo se ama más a sí mismo que a su prójimo[11], [unos con razón y otros por interés], si te fijas en que su padre no los ama a causa de su lecho[12]
NODRIZA. — Entrad, todo irá bien, dentro de la casa, hijos. Y tú, tenlos lo más apartados que puedas y no los acerques a su irritada madre, pues ya la he visto mirarlos con ojos fieros de toro, como tramando algo.
No cesará en su cólera, lo sé bien, antes de desencadenarla sobre alguien. ¡Que, al menos, cause mal a sus enemigos y no a sus amigos!
MEDEA. — (Desde dentro.) ¡Ay, desgraciada de mí e infeliz por mis sufrimientos! ¡Ay de mí, ay de mi! ¿cómo podría morir?
NODRIZA. —Como os decía, niños queridos, vuestra madre excita su corazón y su cólera[13]. Apresuraos a entrar en casa y no os acerquéis a su vista ni os aproximéis a ella, guardaos del carácter salvaje y de la naturaleza terrible de su alma despiadada. ¡Vamos, los entrad cuanto antes! (Los niños y el pedagogo entran la casa.) Es evidente que esta nube de lamentos empieza a levantarse pronto estallará con más furor[14] ¿Qué podrá llegar a hacer un alma orgullosa, no de dominar y mordida por la desgracia?
MEDEA. — (Desde dentro.) ¡Ay, sufro, desdichada, sufro infortunios que merecen grandes lamentos! ¡Ay,hijos malditos de una odiosa madre, así perezcáis con vuestro padre y toda la casa se destruya!
NODRIZA. — ¡Ay de mí, ay desgraciada de mí! ¿Qué parte tienen tus hijos en los errores de su padre[15]?¿Por qué los odias? ¡Ay de mí, hijos, cómo me angustia la idea de que vayáis a sufrir algo! Terribles son las decisiones de los soberanos; acostumbrados a obedecer poco y a mandar mucho, difícilmente cambian los impulsos de su carácter. Mejor es acostumbrarse a vivir en la igualdad; en lo que a mí toca, ¡ojalá envejezca, no entre grandezas, sino en lugar seguro! Moderación es la palabra más hermosa de pronunciar, y servirse de ella proporciona a los mortales los mayores beneficios. El exceso, por el contrario, ningún provecho procura a los mortales y devuelve, a cambio, las mayores desgracias, cuando una divinidad se irrita contra una casa.
CORO.- He oído la voz, he oído el grito de la desdichada mujer de Cólquide. Aún no está tranquila. Pero habla, anciana: sobre mi umbral he oído un grito dentro de palacio. No me alegro, mujer, con los dolores dela casa, pues he llegado a tomarle cariño.
NODRIZA. — La casa ya no existe. Ha desaparecido ya por completo, pues a él lo posee un lecho real[16], y ella, mi señora, consume su vida en su habitación nupcial, sin que las palabras de ningún ser querido lleven alivio a su espíritu.
MEDEA. — (Desde dentro.) ¡Ay, que la llama celeste 145 atraviese mi cabeza! ¿Qué ganancia obtengo con seguir viviendo? ¡Ay, ay! ¡Ojalá me libere con la muerte, abandonando una existencia odiosa!
CORO.
Estrofa 1º
¿Has oído, oh Zeus, tierra y luz, qué canto de dolor entona la infeliz esposa? ¿Qué deseo del terrible lecho[17] te tiene cogida, oh insensata? El fin de la muerte vendrá pronto. ¡No hagas esta súplica! Si tu marido honra un nuevo lecho, responsabilidad suya es, no teirrites. Zeus te hará justicia en esto. No te consumas en exceso llorando a tu esposo.
MEDEA. — (Desde dentro.) ¡Gran Zeus y Temis angusta![18] ¿Veis lo que sufro, encadenada con grandes juramentos a un esposo maldito? ¡Ojalá que a él y a su esposa pueda yo verlos un día desgarrados en sus palacios, por las injusticias que son los primeros en atreverse a hacerme! ¡Oh padre, oh ciudad de los que me alejé, después de matar vergonzosamente a mi hermano!
NODRIZA. — ¿Ois lo que dice y con qué gritos invoca a Temis, guardiana de las súplicas, y a Zeus, que es considerado por los mortales custodio de los juramentos? No será posible que mí señora calme su cólera con poco.
CoRo.
Antistrofa 1º
¿Cómo podría venir ante nuestra vista y aceptar el sonido de nuestras palabras, por si pudiese renunciar a la cólera que abruma su corazón y al propósito de su mente? ¡Que mí celo al menos no falte a mis
amigos! Entra y tráela aquí fuera de la casa. Háblale de nuestra amistad. Apresúrate, antes de que cause algún mal a los de dentro, pues su dolor se desencadena con más violencia.
NODRIZA. — Lo haré, aunque temo no convencer a mí señora; sin embargo, me echaré esta pena sobre mis espaldas para agradarte, a pesar de que lanza a sus criadas fieras miradas de leona que acaba de parir, cada vez que alguno se acerca a dirigirle la palabra.
Uno no se equivocaría, si llamara ciegos y necios a los hombres que nos han precedido, pues inventaron himnos para las fiestas, los banquetes y los festines, que alegran la vida de quien los escucha, pero ninguno inventó el medio de calmar los dolores odiosos a los mortales con la música y los cantos de muchos acordes; de ellos vienen las muertes y los terribles infortunios que abaten las casas. Sin embargo, sería provechoso que los hombres los sanaran con cantos. ¿A qué viene alzar la voz en vano en los banquetes opíparos?
La abundancia del festín basta para llevar alegría a los mortales.
CORO
Épodo.
He oído el clamor gemebundo de los lamentos y los gritos penosos y penetrantes que lanza contra su malvado esposo, traidor a su lecho. Ella invoca, como testimonio de la injusticia padecida, a Temis[19] hija de Zeus, custodia de los juramentos, que la condujo a la costa opuesta de Grecia, a través del mar nocturno[20], hasta la salina llave[21] del mar infinito.
MEDEA. — (Aparece en escena y se dirige al Coro.) Mujeres corintias, he salido de mi casa para evitar vuestros reproches, pues yo conozco a muchos hombres soberbios de natural —a unos los he visto con propios ojos, y otros son ajenos a la casa— que, por su tranquilidad, han adquirido mala fama de indiferencia.
Es evidente que la justicia no reside en los ojos de los mortales, cuando, antes de haber sondeado con claridad el temperamento de un hombre, odian sólo con la vista, sin haber recibido ultraje alguno. El extranjero debe adaptarse a la ciudad, y no alabo al ciudadano de talante altanero que es molesto para sus conciudadanos por su insensibilidad. En cuanto a mí, este acontecimiento inesperado que se me ha venido encima me ha partido el alma. Todo ha acabado para mí y, habiendo perdido la alegría de vivir, deseo la muerte, amigas, pues el que lo era todo para mí, no lo sabéis bien, mi esposo, ha resultado ser el más malvado de los hombres.
De todo lo que tiene vida y pensamiento, nosotras, las mujeres, somos el ser más desgraciado. Empezamos por tener que comprar un esposo con dispendio de riquezas y tomar un amo de nuestro cuerpo, y éste
es el peor de los males. Y la prueba decisiva reside en tomar a uno malo, o a uno bueno. A las mujeres no les da buena fama la separación del marido y tampoco les es posible repudiarlo[22] Y cuando una se encuentra en medio de costumbres y leyes nuevas, hay que ser adivina, aunque no lo haya aprendido en casa, para saber cuál es el mejor modo de comportarse con su compañero de lecho. Y si nuestro esfuerzo se ve coronado por el éxito y nuestro esposo convive con nosotras sin aplicarnos el yugo por la fuerza, nuestra vida es envidiable, pero si no, mejor es morir. Un hombre, cuando le resulta molesto vivir con los suyos, sale fuera de casa y calma el disgusto de su corazón [yendo a ver a algún amigo o compañero de edad]. Nosotras, en cambio, tenemos necesariamente que mirar a un solo ser. Dicen que vivimos en la casa una vida exenta de peligros, mientras ellos luchan con la lanza. ¡Necios! Preferiría tres veces estar a pie firme con un escudo, que dar a luz una sola vez.
Pero el mismo razonamiento no es válido para ti y para mí. Tú tienes aquí una ciudad, una casa paterna, una vida cómoda y la compañía de tus amigos. Yo, en cambio, sola y sin patria, recibo los ultrajes de un hombre que me ha arrebatado como botín de una tierra extranjera, sin madre, sin hermano, sin pariente en que pueda encontrar otro abrigo a mi desgracia[23]. Pues bien, sólo quiero obtener de ti lo siguiente: si yo descubro alguna salida, algún medio para hacer pagar a mi esposo el castigo que merece, [a quien le ha concedido su hija y a quien ha tomado por esposa], cállate. Una mujer suele estar llena de temor y es cobarde para contemplar la lucha y el hierro, pero cuando ve lesionados los derechos de su lecho, no hay otra mente más asesina.
CORIFEO. — Así lo haré. Tú tienes derecho a castigar a tu esposo, Medea. No me causa extrañeza que te duelas de tu infortunio. Pero estoy viendo a Creonte, señor de esta tierra, que se acerca, mensajero de nuevas decisiones.
CREONTE. — A ti, la de mirada sombría y enfurecida contra tu esposo, Medea, te ordeno que salgas desterrada de esta tierra, en compañía de tus dos hijos y que no te demores. Ya que yo soy el árbitro de esta orden, no regresaré a casa antes de haberte expulsado fuera de los límites de esta tierra.
MEDEA. — ¡Ay, estoy completamente perdida, desgraciada de mi! Mis enemigos despliegan todas las velas y no hay desembarco accesible para escapar a esta desgracia[24]. Mas, a pesar de mi situación desfavorable, voy a hacerte una pregunta. ¿Por qué me expulsas de esta tierra, Creonte?
CREONTE. — Temo que tú, no hay por qué alegar pretextos, causes a mi hija un mal irreparable. Muchos motivos contribuyen a mi temor: eres de naturaleza hábil y experta en muchas artes maléficas, y sufres verte privada del lecho conyugal. Oigo decir que amenazas, así me lo refieren, con hacer algo contra padre que ha concedido en matrimonio a su hija, el esposo y la esposa. Antes de que esto suceda, tomaré mis precauciones. Preferible es para mí atraerme ahora tu odio, mujer, que llorar luego amargamente mi blandura.
MEDEA. — ¡Ay, ay! No es ahora la primera vez, sino que ya me ha ocurrido con frecuencia, Creonte, que te ha dañado mi fama y procurado grandes males[25]
Nunca hombre alguno, dotado de buen juicio por naturaleza, debe hacer instruir a sus hijos por encima de lo normal, pues, aparte de ser tachados de holgazanería, se ganarán la envidia hostil de sus conciudadanos. Y si enseñas a los ignorantes nuevos conocimientos, pasarás por un inútil, no por un sabio. Si por el contrario, eres considerado superior a los que pasan por poseer conocimientos variados, parecerás a la ciudad persona molesta[26]. Yo misma participo de esta suerte, ya que, al ser sabia, soy odiosa para que no soy sabia en exceso. Como quiera que sea, tú tienes miedo de que yo te proporcione algún daño. No tiembles ante mí, Creonte, no estoy en condiciones de cometer un error contra los soberanos. Y además, ¿en qué me has ofendido tú? Diste a tu hija a quien te placía. A mi esposo es a quien odio, pero tú, así lo creo, has obrado con sensatez. No siento envidia ahora de que todo te salga bien. Celebrad la boda, que os acompañe la felicidad, pero permitidme habitar esta tierra. Mantendré en silencio la injusticia recibida, pues he sido vencida por quienes son más poderosos.
CREONTE. — Dices cosas dulces de oír, pero temo que dentro de tu mente maquines contra mí algún mal y ahora confío en ti menos que antes, pues de una mujer de ánimo irritado, lo mismo que de un hombre, es más fácil guardarse que de un sabio silencioso.
¡Vete lo más rápido que puedas y no hables más! Así se ha decidido y ningún artificio te valdrá para quedarte entre nosotros, ya que eres enemiga nuestra.
MEDEA. — (Abrazándose a sus rodillas en señal de súplica.) ¡No, te lo suplico por tus rodillas y por tu hija recién casada!
CREONTE. — Gastas palabras. No lograrás convencerme nunca.
MEDEA. — ¿Vas a echarme sin tener en consideración mis súplicas?
CREONTE. — No te quiero a ti más que a mi casa.
MEDEA. — ¡Oh patria, cómo me embarga tu recuerdo!
CREONTE. — Fuera de mis hijos, nadie hay más querido para mí.
MEDEA. — ¡Ay, ay, qué gran mal son los amores para los mortales!
CREONTE. — Depende, creo, de cómo se presenten
las circunstancias.
MEDEA. — ¡Zeus, ojalá no te pase desapercibido el culpable de estas desgracias!
CREONTE. — ¡Vete, insensata, y líbrame de este sufrimiento!
MEDEA. — Yo soy la que sufro sin tener necesidad de ello.
CREONTE. — (Haciendo un gesto a los hombres de su escolta.) Rápido, si no quieres ser expulsada a la fuerza por mis servidores.
MEDEA. — Eso no, Creonte, te lo ruego.
CREONTE. — Vas a ocasionarnos molestias, según parece, mujer.
MEDEA. — Me marcharé. No es eso lo que suplico conseguir de ti.
CREONTE. — ¿Por qué opones resistencia y no te alejas de esta tierra?
MEDEA. — Déjame permanecer un solo día y pensar de qué modo me encaminaré al destierro y encontrar recursos para mis niños, ya que su padre no se digna ocuparse de sus hijos. ¡Compadécete de ellos! Tú también eres padre y es natural que tengas benevolencia. Por mí no siento preocupación ni por mi destierro, pero lloro por aquéllos y por su infortunio.
CREONTE. — La naturaleza de mi voluntad no es la de un tirano y la piedad muchas veces me ha sido perjudicial. Ahora veo que me equivoco, mujer, y, sin embargo, obtendrás lo que deseas. Pero te prevengo que, si mañana la antorcha del dios[27] te ve a ti y a tus hijos dentro de los confines de esta tierra, morirás. Lo que te acabo de decir no es falso. Y ahora, si debes quedarte, quédate un día, pues no podrás llevar a cabo ninguna de las acciones que me aterran.
(Creonte abandona la escena).
CORIFEO. — ¡Desgraciada mujer! ¡Ay, ay, triste por tus pesares! ¿A dónde te dirigirás? ¿A qué hospitalidad vas a recurrir? ¿En qué casa o tierra hallarás la salvación de tus desgracias? ¡Cómo te ha sumergido la divinidad en un oleaje infranqueable de males![28].
MEDEA. — La desgracia me asedia por todas partes. ¿Quién lo negará? Pero esto no se quedará así, no lo creáis todavía. A los recién casados aún les acechan dificultades, y a los suegros no pequeñas pruebas.
¿Crees que yo habría adulado a este hombre, si no fuera por provecho personal o maquinación? Ni siquiera le hubiera dirigido la palabra ni tocado con mis manos. Pero él ha llegado a tal punto de insensatez que, habiendo podido arruinar mis proyectos expulsándome de esta tierra, ha consentido que yo permaneciera un día, en el que mataré a tres de mis enemigos, al padre, a la hija y a mi esposo.
Tengo muchos caminos de muerte para ellos, pero no sé, amigas, de cuál echaré mano primero. Prenderé fuego a la morada nupcial o les atravesaré el hígado con una afilada espada, penetrando en silencio en la habitación en que está extendido su lecho. Un solo inconveniente me detiene: si soy cogida en el momento de atravesar el umbral y dar, el golpe, mi muerte será el hazmerreír de mis enemigos. Lo mejor es el camino directo, en el que soy muy hábil por naturaleza: matarlos con mis venenos.
Bien. Ya están muertos. ¿Qué ciudad me acogerá? ¿Qué huésped, ofreciéndome su tierra como asilo y su casa como garantía, protegerá mi persona? Ninguno. Pero puesto que aún puedo permanecer breve tiempo, si se me muestra un refugio seguro, con astucia y en silencio me encaminaré al crimen, pero si una desgracia sin remedio me expulsa de la ciudad, yo misma con la espada en la mano, aunque vaya a morir, los mataré y recurriré a la audacia más extremada. No, por la soberana a la que yo venero por encima de todas y a la que he elegido como cómplice, por Hécate[29], que habita en las profundidades de mi hogar, ninguno de ellos se reirá de causar dolor a mi corazón. Yo haré que sus bodas sean amargas y dolorosas, amarga su alianza y el exilio que me aleja de mi tierra. Mas, ea, no ahorres ninguno de tus conocimientos,- Medea, en tus planes y artimañas. Avanza hacia tu acción terrible, ahora debes dar prueba de tu valor. Ves el trato que recibes. No debes pagar el tributo del escarnio en la boda de Jasón con una descendiente de Sísifo[30], tú, hija de un noble padre y progenie del Sol[31]. Tú eres hábil y, además, las mujeres somos por naturaleza incapaces de hacer el bien, pero las más hábiles artífices de todas las desgracias.
CORO
Estrofa 1ª
Las corrientes de los ríos sagrados remontan a sus fuentes[32] y la justicia y todo está alterado. Entre los hombres imperan las decisiones engañosas y la fe en los dioses ya no es firme. Pero lo que se dice sobre la condición de la mujer cambiará hasta conseguir buena fama, y el prestigio está a punto de alcanzar al linaje femenino; una fama injuriosa no pesará ya sobre las mujeres.
Antístrofa 1ª
Y las musas de los antiguos aedos cesarán de celebrar mi infidelidad[33] En nuestra mente Febo, maestro de los cantos, no infundió el don del canto divino de la lira; en otro caso, hubiera entonado, en respuesta, un himno contra el linaje de los hombres. Pero el largo fluir del tiempo tiene que decir mucho sobre nuestro destino y el de los hombres.
Estrofa 2ª
Tú navegaste desde la morada paterna con el corazón enloquecido, franqueando las dobles rocas del mar[34] y habitas en una tierra extranjera, privada de tu lecho y de tu esposo, infortunada, y con ignominia serás desterrada de esta tierra.
Antistrofa 2ª.
Se ha esfumado el encanto de los juramentos[35]. El pudor ya no tiene su asiento en la gran Hélade y ha volado hasta el cielo[36]. Y tú, infeliz, no tienes una casa paterna como fondeadero de tus desgracias[37], sino que otra reina más poderosa que tu lecho domina en la casa.
(Aparece en escena Jasón.)
JASÓN. — No he visto hoy por primera vez, sino también en otras muchas ocasiones, cuán irremediable mal es la acerba cólera. Pues, aunque tenías la posibilidad de habitar esta tierra y esta casa, soportando fácilmente las decisiones de los poderosos, por tus palabras insensatas serás desterrada de este país. A mí no me importa, puedes continuar diciendo que Jasón es el peor de los hombres, pero, después de las amenazas que has lanzado contra los soberanos, considera una ganancia total ser castigada con el destierro.
Yo me esforzaba, una y otra vez, por calmar la cólera de los irritados soberanos y quería que permanecieras aquí, pero tú no desistías en tu locura, injuriando siempre a los reyes y, por ello, serás expulsada del país. Sin embargo, a pesar de lo que ha ocurrido, sin renegar de mis íntimos, vengo aquí a ocuparme de tu suerte, a fin de que no seas expulsada con tus hijos sin recursos y no carezcas de nada: el destierro arrastra consigo muchos males; a pesar del Odio que me tienes, no podría nunca quererte mal.
MEDEA. — ¡Oh colmo de maldades!, no encuentro en mi lengua mayor insulto para tu cobardía. ¿ Vienes ante nosotros, vienes como nuestro peor enemigo [para los dioses, para mí y para todo el género humano?]. No, ni arrojo ni audacia es mirar de frente a los amigos después de haberles hecho un mal, sino el mayor de los vicios que el hombre puede albergar: la desvergüenza. Pero has hecho bien en venir. Yo aliviaré mi alma con mis injurias y tú, al oírme, padecerás.
Comenzaré a hablar desde el principio. Yo te salvé, como saben cuantos griegos se embarcaron contigo en la nave Argo, cuando fuiste enviado para uncir al yugo a los toros que respiraban fuego y a sembrar el campo oro, cubriéndolo con los- múltiples repliegues de sus anillos, siempre insomne, la maté e hice surgir para ti una luz salvadora[38]. Y yo, después de traicionar a
mi padre y a mi casa, vine [en tu compañía] a Yolco, en la Peliótide[39], con más ardor que prudencia. Y maté a Pelias con la muerte más dolorosa de todas, a manos de sus hijas, y aparté de ti todo temor. Y a cambio de estos favores, ¡oh el más malvado de los hombres!, nos has traicionado y has tomado un nuevo lecho, a pesar de tener hijos. Si no los hubieras tenido, se
te habría perdonado enamorarte de ese lecho. Se ha desvanecido la confianza en los juramentos y no puedo saber si crees que los dioses de antes ya no reinan, o si piensas que ahora hay leyes nuevas entre los hombres, porque eres consciente, qué duda cabe, de que no has respetado los juramentos que me hiciste.
¡Ay, mano derecha que tantas veces tomabas y rodillas mías, cuán en vano hemos recibido las caricias de un hombre malvado, qué decepción en nuestras esperanzas! Ea, me voy a dirigir a ti como a un amigo.
¿Creyendo que voy a recibir de ti algún beneficio? No, antes bien mis preguntas te harán aparecer más infame. ¿Adónde voy a dirigirme ahora? ¿A la morada paterna, a la que traicioné, y a mi patria, por seguirte? ¿A la casa de las desgraciadas hijas de Pelias?
¡Bien me iban a recibir en su casa, después de haber matado a su padre! Así están las cosas: para los seres queridos de mi casa soy odiosa; y a los que no
debería haber hecho daño, por causarte complacencia los tengo como enemigos. Claro que, en compensación, me has hecho feliz a los ojos de la mayoría de las griegas. En ti tengo un esposo admirable y fiel, ¡desdichada de mí!, si soy desterrada y expulsada de esta tierra, privada de amigos, completamente sola con mis hijos. ¡Bonito reproche para el recién casado el que sus hijos anden errantes como mendigos y también la que le ha salvado[40]!
¡Oh Zeus! ¿Por qué concediste medios claros a los hombres para distinguir el oro falso y, en cambio, no imprimiste en el cuerpo ninguna huella natural con la que distinguir al hombre malvado?[41].
CORIFEO. — ¡Terrible es la cólera y difícil de sanar, cuando suscita disCordia entre seres queridos!
JASÓN. — Debo, según parece, tener el don natural de la palabra y, como buen timonel de navío, plegar las velas, para escapar, mujer, a tu insensata locuacidad. En lo que a mi se refiere, puesto que exaltas en demasía tus favores, considero que Cipris[42] fue, en la travesía, mi única salvadora entre los dioses y los hombres. Tu espíritu es sutil, qué duda cabe, pero te es odioso declarar que Eros te obligó, con sus dardos inevitables, a salvar mi persona. Pero en este punto no seré demasiado preciso; comoquiera que haya sido tu ayuda, me parece bien. Es innegable, no obstante, que, por mi salvación, has recibido más de lo que has entregado. Me explicaré: en primer lugar, habitas tierra griega y no extranjera, y conoces la justicia y sabes utilizar las leyes sin dar gusto a la fuerza. Todos los griegos saben que eres sabia y te has ganado buena fama; en cambio, si vivieses en los confines de la tierra, no se hablaría de ti. No desearía yo poseer oro en mi palacio ni entonar un canto más hermoso que el de Orfeo, si no me hubiese tocado en suerte un destino famoso.
Basta ya con lo que te he dicho acerca de mis desvelos; es evidente que tú iniciaste esta disputa de palabras. En cuanto a los reproches que me diriges por mi boda con la hija del rey, te demostraré, en primer lugar, que he sido sabio, luego, sensato y, finalmente, un gran amigo para ti y para mis hijos. (Ante el gesto indignado de Medea.) Tranquilízate.
Cuando yo llegué aquí desde la tierra de Yolco, arrastrando tras de mí innumerables situaciones sin salida, ¿qué hallazgo más feliz habría podido encontrar que casarme con la hija del rey, siendo como era un desterrado? No he aceptado la boda por los motivos que te atormentan ni por odio a tu lecho, herido por el deseo de un nuevo matrimonio, ni por ánimo de entablar competición en la procreación de hijos. Me basta con los que tengo y no tengo nada que reprocharte, sino que, y esto es lo principal, lo hice con la intención de llevar una vida feliz y sin carecer de nada, sabiendo que al pobre todos le huyen, incluso sus amigos[43] y, además, para poder dar a mis hijos una educación digna de mi casa y, al procurar hermanos a los hijos nacidos de ti, colocarlos en situación de igualdad y conseguir mi felicidad con la unión de mi linaje, pues, ¿qué necesidad tienes tú de hijos? Yo tengo interés en que los hijos que han de venir sirvan de ayuda a los que viven. ¿He errado en mi proyecto? No lo podrías decir, si no te atormentaran los celos de tu lecho. Pero las mujeres llegáis al extremo de que, mientras va bien vuestro matrimonio, creéis que lo tenéis todo, pero, en el caso de que una desgracia lo alcance, lo más provechoso y lo más bello lo consideráis como lo más hostil. Los hombres deberían engendrar hijos de alguna otra manera y no tendría que existir la raza femenina: así no habría mal alguno para los hombres[44].
CORIFEO. — Jasón, bien has adornado tus palabras pero me parece, aunque voy a hablar contra tu punto de vista, que has traicionado a tu esposa y no
obrado con justicia.
MEDEA. — (Como hablando consigo misma.) Es evidente que en muchas cosas disiento de la mayoría de los mortales. Para mí, quien es injusto y, al mismo tiempo, de talante habilidoso en el hablar merece el mayor castigo[45], pues, ufanándose de adornar la injusticia con su lengua, se atreve a cometer cualquier acción, pero no es excesivamente sabio. (Dirigiéndose a Jasón.) Así también tú ahora no quieras aparecer ante mí como honorable y hábil orador, pues una sola palabra te echará por tierra[46]. Hubiera sido necesario,
si realmente no fueras un malvado, que hubieras contraído este matrimonio después de haberme persuadido, pero no a escondidas de los tuyos.
JASÓN. — ¡Pues sí que hubieras ayudado a mi plan si te hubiera hablado de mi boda, tú que ni siquiera ahora consientes en refrenar la violenta cólera de tu corazón!
MEDEA. — No era esto lo que te retenía, sino la idea de que un matrimonio con una extranjera te habría de conducir a una vejez sin gloria.
JASÓN. — Sabe bien esto ahora: no por causa de una mujer me he unido al lecho real que ahora poseo, sino, como ya te dije antes, por querer salvarte a ti y por engendrar hijos reales que fuesen hermanos de nuestros hijos, protección para la casa.
MEDEA. — No deseo una vida feliz, pero dolorosa, ni una prosperidad que desgarre mi corazón.
JASÓN. — ¿Sabes cómo cambiar tu súplica y mostrarte más sensata? ¡Que el bien nunca te parezca doloroso, ni en la buena fortuna creas que eres desafortunada!
MEDEA. — Ultrájame, ya que tú tienes un refugio, entras que yo, abandonada, seré desterrada de esta tierra.
JASÓN. — Tú misma lo has elegido, no acuses a nadie más.
MEDEA. — ¿Qué delito he cometido? ¿Acaso me he casado y te he traicionado?
JASÓN. — Has lanzado contra la familia real maldiciones impías.
MEDEA. — También voy a ser una maldición para casa.
JASÓN. — No pienso discutir más contigo sobre este asunto, pero, si quieres recibir alguna ayuda de mis riquezas para los niños y tu propio destierro, dilo, les estoy dispuesto a darte con mano pródiga y a enviar contraseñas[47] a mis huéspedes, que te acogerán bien. Si no aceptas estas ofertas, estás loca, mujer. Si cesas en tu cólera, obtendrás un mayor beneficio.
MEDEA. — No me valdré de tus huéspedes ni quiero aceptar nada. Quédate con tus regalos, pues los dones un malvado no causan provecho.
JASÓN. — Sin embargo, pongo a los dioses por testigo de que deseo ayudarte en todo a ti y a tus hijos. Mas a ti no te agradan los bienes, sino que, en tu arrogancia, rechazas a tus amigos; no conseguirás sino sufrir más.
MEDEA. — Vete. Es natural que se apodere de ti el deseo de la nueva esposa, estando tanto tiempo su casa fuera del alcance de tu vista. Continúa tu luna de miel; quizá, así me lo predice la divinidad, tu boda ha de ser tal que algún día renegarás de ella.
CORO
Estrofa l.a.
Los amores demasiado violentos no conceden a los hombres ni buena fama ni virtud. Pero si Cipris presenta con medida, ninguna otra divinidad es tan agradable. ¡Nunca, soberana, lances sobre mí desde tu áureo arco, el dardo inevitable ungido con el deseo!
Antístrofa 1 a
¡Que la castidad me ame, don bellísimo de los dioses! ¡Que nunca la terrible Cipris arroje sobre mí iras discutidoras ni disputas insaciables, golpeando mi ánimo con el deseo de un lecho ajeno, sino que, reverenciando las uniones sin guerra, distribuya con espíritu agudo los matrimonios de las mujeres!
Estrofa 2.a.
¡Oh patria, oh moradas, que nunca me halle priva de vosotras, arrastrando una vida erizada de dificultad, el más deplorable de los pesares!
¡A la muerte, a la muerte sea sometida, antes alcanzar este día! Entre las penas ninguna sobrepasa la de estar privados de la tierra patria.
Antistrofa 2.a.
Lo he visto con mis propios ojos, no tengo que recurrir a hablar por haberlo oído de otros: de ti no se ha compadecido ni la ciudad ni amigo alguno; a pesar de sufrir los sufrimientos más terribles. ¡Muerael ingrato que no sea capaz de honrar a sus amigos abriéndole la llave de su corazón puro! ¡Nunca será mi amigo!
(Aparece en escena Egeo, rey de Atenas con indumentaria de caminante.)
EGEO. — Medea, te saludo. Nadie conoce un preámbulo más hermoso que éste para dirigirse a sus amigos.
MEDEA. — También yo te saludo, hijo del sabio Pandión[48]. ¿De dónde vienes al suelo de esta tierra?
EGEO. — Acabo de abandonar el antiguo santuario Febo[49].
MEDEA. — ¿Por qué fuiste al profético ombligo del mundo?
EGEO. — Buscando el medio de obtener simiente de hijos.
MEDEA. — ¡Por los dioses! ¿Has vivido sin hijos hasta hoy?
EGEO. — Sin hijos, por voluntad de alguna divinidad.[50]
MEDEA. — ¿Tienes esposa o no conoces el lecho conyugal?
EGEO. — Estoy sujeto al yugo del matrimonio.
MEDEA. — ¿Qué te ha dicho Febo sobre los hijos?
EGEO. — Palabras demasiado sabias para ser comprendidas por un hombre.
MEDEA. — ¿Me está permitido conocer el vaticinio del dios?
EGEO. — Seguro que sí, pues precisa de una mente sabia.
MEDEA. — ¿Qué te ha vaticinado? Dilo, si es lícito oirlo.
EGEO. — Que no desate el pie que sale del odre...
MEDEA. — ¿Antes de haber hecho qué cosa o haber llegado a qué país?
EGEO. — Antes de regresar al hogar paterno.
MEDEA. — ¿Qué necesidad te ha impulsado a navegar hasta este país?
EGEO. — Hay un cierto Piteo, rey de la tierra de Trecén[51].
MEDEA. — Hijo, se dice, del piadosísimo Pélope.
EGEO. — A él quiero comunicarle el oráculo de la divinidad.
MEDEA. — Es un hombre sabio y experto en tales cuestiones.
EGEO. — Y para mí el más querido de todos los aliados.
MEDEA. — ¡Que tengas suerte y consigas lo que deseas!
EGEO. — (Observando el gesto de Medea.) ¿Por qué tienes esa mirada y ese aspecto tan decaído?
MEDEA. — Egeo, mi esposo es el más malvado de todos los hombres.
EGEO. — ¿Qué dices? Explícame con claridad tus dolores.
MEDEA. — Jasón me ultraja, sin haberle causado yo mal alguno.
EGEO. — ¿Qué ha hecho? Dímelo con más claridad.
MEDEA. — Por encima de mí tiene otra mujer como señora de la casa.
EGEO. — ¡No puede haberse atrevido a cometer acción tan vergonzosa!
MEDEA. — Sábelo bien. Deshonrados estamos los que antes éramos amados.
EGEO. — ¿Por amor a otra mujer o por odio a tu lecho?
MEDEA. — Sí, se trata de un gran amor: ha traicionado a sus seres queridos.
EGEO. — No quiero saber nada de él, si es un malvado como dices.
MEDEA. — Su amor consiste en obtener la alianza con los soberanos.
EGEO. — ¿Quién se la da? Háblame hasta el final.
MEDEA. — Creonte, rey de esta tierra corintia.
EGEO. — Comprensible era tu aflicción, mujer.
MEDEA. — Estoy perdida y, además, he sido desterrada del país.
EGEO. — ¿Por quién? Me anuncias una nueva desgracia.
MEDEA. — Creonte me destierra de la tierra corintia.
EGEO. — ¿Y lo permite Jasón? No lo apruebo.
MEDEA. — De palabra no, pero está dispuesto a aceptarlo. (Arrojándose a los pies de Egeo.) ¡Por tu mentón y por tus rodillas, aquí me tienes ante ti, suplicante! ¡Compadécete, compadécete de mí desdichada! ¡No consientas que sea desterrada y abandonada! ¡Acógeme en tu país y al calor del hogar de tu casa! ¡Que tu deseo de tener hijos se cumpla por voluntad de los dioses y tú mismo mueras feliz! No sabes el hallazgo que has hallado aquí. Acabaré con tu esterilidad y haré que puedas engendrar hijos; tales son los remedios que conozco.
EGEO. — Por muchas razones deseo concederte este favor, mujer; primero por los dioses, luego por los hijos cuyo nacimiento prometes, ya que soy completamente incapaz de conseguirlos. Mira lo que me propongo: cuando vengas tú a mi tierra, me esforzaré en ser hospitalario contigo, como es justo. Sólo voy a indicarte una cosa, mujer: yo no tengo la intención
de llevarte fuera de esta tierra, mas si por ti misma te presentas en mi casa, permanecerás inviolable y a nadie te entregaré. Aparta ahora tú el pie de esta tierra, pues quiero estar entre mis huéspedes sin reproche alguno[52]
MEDEA. — Así será. Pero si tuviera alguna garantía de tus promesas, estaría completamente satisfecha de tu comportamiento.
EGEO. — ¿Es que no tienes confianza? ¿Qué dificultad ves?
MEDEA. — Tengo confianza, pero la casa de Pelias y Creonte es enemiga mía. Si te unces a mí con juramentos, no podrás entregarme a ellos cuando quieran arrancarme de tu país. Pero si sólo te comprometes de palabra y sin jurar por los dioses, podrías convertirte en su amigo y ceder, sin duda, a las peticiones de sus heraldos. Mi fuerza es débil; ellos, en cambio, poseen prosperidad y una casa regia.
EGEO. — Has hablado con mucha previsión, mujer. Por tanto, si te parece bien a ti, yo no me niego a hacer eso. Para mi, esto es lo más seguro: mostrar a tus enemigos que tengo un pretexto y, al mismo tiempo, tu posición será más sólida. Dime el nombre de los dioses por los que debo jurar.
MEDEA. — Jura por el suelo de la Tierra y por el Sol [53], padre de mi padre, y por todo el linaje de los dioses.
EGEO. — ¿Hacer o no hacer qué cosa? Dio.
MEDEA. —Que nunca me expulsarás de tu tierra y que, si alguno de mis enemigos desea llevarme, no se lo permitirás voluntariamente, mientras tú estés vivo.
EGEO. — Juro por la Tierra y por la brillante luz del Sol y por todos los dioses permanecer fiel a lo que me propones.
MEDEA. — Basta. ¿Qué castigo sufrirás, si no permaneces fiel a este juramento?
EGEO. — El que sobreviene a los mortales impíos. 755
MEDEA. — Márchate contento, pues todo está bien. Yo llegaré cuanto antes a tu ciudad, después de haber realizado lo que pretendo y conseguido lo que deseo.
CORIFEO. — (A Egeo, mientras parte con su séquito.) ¡Que el hijo de Maya[54], el dios conductor, te encamine a tu casa y que puedas conseguir lo que deseas con tanto ardor, ya que como un hombre noble, Egeo, te has mostrado ante mí!
MEDEA. — ¡Oh Zeus! ¡O Justicia, hija de Zeus y luz del Sol! ¡Bella es la victoria, amigas, que obtendremos sobre nuestros enemigos! Ya estamos en camino de conseguirla. Ahora tengo la esperanza de que mis enemigos pagarán su castigo, pues ese hombre, en el momento en que más fatigados estábamos, se ha presentado como puerto de mis proyectos; de él amarraremos los cables de popa, una vez llegados a la ciudad y a la acrópolis de Palas. Voy a exponerte todos mis planes. Escucha mis palabras, que no te Van a procurar placer. Enviando a uno de mis criados, suplicaré a Jasón que venga ante mi vista. Cuando haya venido, le diré dulces palabras: que estoy de acuerdo con él, que apruebo la boda regia que ha realizado, a pesar de traicionarnos, que su decisión es beneficiosa y bien pensada. Pero también le suplicaré que se queden aquí mis hijos, no para abandonarlos en tierra hostil y que sirvan de ultraje a mis enemigos sino para poder matar con engaños a la hija del rey. Pues pienso enviarlos con regalos en sus manos para que se los lleven a la esposa y no los expulse de esta tierra: un fino peplo y una corona de oro laminado.
Y si ella toma estos adornos y los pone sobre su cuerpo, morirá de mala manera, y todo el que toque a la muchacha: con tales venenos voy a ungir los regalos.
Ahora, sin embargo, cambio mis palabras y rompo en sollozos ante la acción que he de llevar a cabo a continuación, pues pienso matar a mis hijos; nadie me los podrá arrebatar y, después de haber hundido toda la casa de Jasón, me iré de esta tierra, huyendo del crimen de mis amadísimos hijos y soportando la de una acción tan impía. No puedo soportar, amigas, ser el hazmerreír de mis enemigos.
¡Adelante! ¿Qué ganancia tengo con vivir? No poseo ni patria, ni casa, ni refugio de mis males. Me equivoqué el día en que abandoné la morada paterna fiándome de las palabras de un griego que, con la ayuda de los dioses, nos pagará justa compensación, pues nunca más verá vivos a los hijos nacidos de mí ni engendrará un hijo de su esposa recién uncida pues es necesario que ella muera con muerte terrible por mis venenos. Que nadie me considere poca cosa, débil e inactiva, sino de carácter muy distinto, dura para mis enemigos y, para mis amigos, benévola; la vida de temperamentos semejantes es la más gloriosa.
CORIFEO. — Puesto que has compartido tu plan con nosotras, con el deseo de serte útil y por defender las leyes de los hombres, te prohíbo que hagas esto.
MEDEA. — No es posible. Pero que tú hables así es disculpable, ya que no has sido tratada con tanta crueldad como lo he sido yo.
CORIFEO. — ¿Te atreverías a matar a tu simiente, mujer?
MEDEA. — Así quedará desgarrado con más fuerza esposo.
CORIFEO. — Pero tú serás la mujer más desgraciada.
MEDEA. — Déjalo. Inútiles son todas las palabras que cruzamos. (Dirigiéndose a la nodriza.) Vamos, márchate y trae aquí a Jasón, pues para todas las misiones de confianza me voy a servir de ti. No digas nada mis proyectos, si quieres bien a tu señora y eres mujer
CORO.
Estrofa 1 .~.
Los hijos de Erecteo ~ desde antiguo fueron prósperos e hijos de dioses felices, de una tierra santa y no devastada, nutridos de la sabiduría más ilustre, caminando siempre con soltura por el resplandeciente éte, en donde, una vez, dicen que las santas Piérides, las nueve Musas, engendraron a la rubia Armonía[55]
Antistrofa 1 .~.
Y cuentan que Cipris, alcanzando las bellas corrientes del Cefiso[56] difunde sobre su tierra las auras dulces y suaves de los vientos y que siempre, ceñidos sus cabellos con una corona perfumada de rosas, envía a los Amores como compañeros de la Sabiduría, colaboradores de toda virtud[57]
Estrofa 2ª
¿Cómo la ciudad de los ríos sagrados[58], la tierra acogedora de los enemigos, te va a recibir a ti, la asesina de sus propios hijos, la impura entre las impuras? Piensa en el golpe que vas a dar a tus hijos, piensa en el crimen que afrontas. No, por tus rodillas, te lo suplicamos con todas nuestras fuerzas, no mates a tus hijos.
Antistrofa 2ª
¿Dónde hallará tu mente y tu mano valor para llevar al corazón de tus hijos tan horrible audacia?[59]¿Cómo, al dirigir tus ojos sobre ellos, soportarás sin lágrimas su destino de muerte? No podrás ante ellos, arrodillados como suplicantes, manchar tu máno de sangre con ánimo impávido.
(Aparece en escena Jasón, acompañado de la nodriza.)
JASÓN. — Acudo a tu llamada, pues, aunque me eres hostil, no quedarás defraudada en esto, sino que oiré una vez más qué es lo que deseas de mí, mujer.
MEDEA. — Jasón, te suplico que perdones mis anteriores palabras. Debes soportar mis arrebatos de cólera, pues muchas veces nos hemos dado pruebas recíprocas de cariño. Yo he reflexionado conmigo misma y me he dirigido los siguientes reproches: ¡insensata!, ¿a qué esta locura y- hostilidad contra los que han meditado bien? ¿Por qué ser enemiga de los soberanos de esta tierra y de mi esposo, que hace lo más útil para nosotros, tomando por esposa a una princesa y pretendiendo engendrar hermanos para mis hijos? ¿No voy a renunciár a mi cólera? ¿Qué es lo que me sucede, si los dioses disponen todo tan bien? ¿Es que no tengo hijos? ¿Ignoro que estamos condenados al destierro y sin amigos? Al meditar esto, me di cuenta de la gran imprudencia que cometía y de la inutilidad de mi cólera. Ahora te elogio y me parece que has actuado con sensatez, proporcionándonos esta alianza, mientras que yo he sido insensata, pues debería haber participado en tus planes y haberte prestado ayuda en su realización, haber asistido a tu boda y sentir alegría en ocuparme de tu esposa. Pero somos lo que somos, no diré una calamidad, sencillamente mujeres. No deberías haberte puesto a mi altura en los reproches, ni oponer niñerías a mis niñerías. Me doy por vencida y reconozco que entonces fui insensata, pero ahora he tomado una decisión mejor. (Dirige su voz hacia la casa y llama a sus hijos.) ¡Hijos, hijos, aquí, abandonad la casa! (Los niños aparecen acompañados del pedagogo.) ¡Salid, saludad a vuestro padre y dirigidle la palabra en mi presencia, y con vuestra madre abandonad el odio de antes contra los seres queridos!
Entre nosotros hay paz y el rencor ha desaparecido. Tomad su mano derecha. (Hablando para sí.) ¡Ay, hijos, cómo vienen a mi mente desgracias ocultas! Hijos míos, ¿viviréis mucho tiempo para tender así vuestros brazos queridos? ¡Desgraciada de mí, cuán pronta estoy al llanto y llena de temor! (Alto.) Ahora que terminó la disputa con vuestro padre, mis tiernos ojos 905
se llenan de lágrimas.
CORIFEO — También de mis ojos brota abundante llanto y ojalá que un mal mayor no sobrepase al presente.
JASÓN. — Alabo tu postura de ahora, mujer, y no te reprocho la anterior, pues es natural que el sexo femenino monte en cólera contra el esposo que contrae secretamente otro matrimonio. Pero tu corazón se ha vuelto hacia lo más ventajoso y has comprendido —con el tiempo, bien es verdad— la decisión mejor. Así actúa una mujer sensata. (A sus hijos.) Y a vosotros, hijos míos, con sumo cuidado, vuestro padre os ha procurado la salvación con ayuda de los dioses.
Y creo que un día estaréis entre los primeros de esta tierra corintia con vuestros hermanos. Creced, pues, que el resto lo llevará a cabo vuestro padre y quien de los dioses os sea propicio. ¡Que pueda veros bien criados y, en la flor de vuestra juventud, superiores a mis enemigos! (A Medea que gime.) Y tú, ¿por qué cubres tus pupilas de abundantes lágrimas y vuelves tu blanca mejilla? ¿ Por qué no recibes mis palabras alegre?
MEDEA. — No es nada. Estoy pensando en mis hijos
JASÓN. — ¡Ánimo! Yo me ocuparé de ellos.
MEDEA. — Así lo haré. No deseo desconfiar de tus palabras, pero la mujer es débil por naturaleza y propensa a las lágrimas.
JASÓN. — ¿Qué es lo que te impulsa a gemir tanto por estos hijos?
MEDEA. — Yo los he dado a luz y, cuando tú les deseabas la vida, me invadió la compasión ante la duda de que eso suceda. Pero volvamos a la cuestión por la cual tú has venido a hablar conmigo. Unas cosas ya están dichas, pero voy a exponerte las que quedan. Puesto que parece bien al rey que me aleje de esta tierra —y sé bien que esto es lo más provechoso para
mí, que mi vida aquí no sea un estorbo ni para ti ni para los soberanos, pues les parezco funesta para la casa—, me iré desterrada de esta tierra, pero a los niños, a fin de que sean educados por tu mano, pide a Creonte que no los destierre.
JASÓN. — No sé si podré persuadirlo, pero debo intentarlo.
MEDEA. — Al menos exhorta a tu esposa a que suplique a su padre que no destierre a los niños.
JASÓN. — Lo haré con el mayor interés y creo que la persuadiré fácilmente.
MEDEA. — Sí, si es una mujer como las demás. Mas yo colaboraré contigo en esta empresa. Le enviaré regalos que sobrepasan en belleza con mucho a los que ahora existen entre nosotros, estoy segura de ello, [un sutil peplo y una corona de oro], que los niños le llevarán. (Dirigiendo su voz a la casa.) ¡Vamos, que cuanto antes uno de los criados traiga aquí los adornos! (A Jasón.) Ella será feliz no una vez, sino mil veces, por haber hallado en ti al mejor hombre que pudiera compartir su lecho y por poseer unos adornos que, una vez, el Sol, padre de mi padre, concedió a sus descendientes. Tomad estos regalos de boda, hijos, en vuestras manos, entregádselos como presente a la princesa, esposa feliz. No son dones despreciables los que vaya recibir[60]
JASÓN. — ¿Por qué, insensata, te quieres desprender de ellos? ¿Crees que el palacio real escasea en peplos?¿Crees que en oro? Consérvalos, no los regales. Si mi esposa me estima en algo, me preferirá a las riquezas, bien lo sé.
MEDEA. — No me digas eso. Dicen que los regalos convencen incluso a los dioses[61], y el oro tiene más poder entre los mortales que mil palabras. El destino Está de su parte, un dios acrecienta ahora su fortuna es joven y reina. Daria mi vida a cambio para salvar a mis hijos del destierro, no sólo oro.
Vamos, hijos, entrad en la rica mansión, suplicad a la nueva esposa de vuestro padre y mi señora, pedidle que no os envíe al destierro, ofreciéndole los regalos, pues lo más importante de todo es que ella reciba estos dones en sus manos. Id lo más rápido posible y traed a vuestra madre la buena noticia de que ha salido bien lo que ella desea conseguir.
CORO.
Estrofa 1º
Ninguna esperanza me queda ya de que los niños sigan viviendo, ninguna, pues se encaminan ya hacia la muerte. Recibirá la esposa, recibirá la infortunada, la calamidad de áureas bandas[62].Y en derredor de su rubia cabellera se pondrá a Hades[63], como adorno, ella con sus propias manos.
Antistrofa 1ª
El encanto y el inmortal brillo le inducirán a ponerse el peplo y ceñirse la corona de oro. En los infiernos se adornará con el ajuar nupcial. En tal lazo y destino de muerte caerá la desdichada. No logrará escapar a la fatalidad.
Estrofa 2.A.
Y tú, oh desgraciado, malvado esposo emparentado con la casa real, sin saberlo llevas la destrucción a la vida de tus hijos y a tu esposa una muerte vergonzosa.¡Desdichado, cuánto te desvías de tu destino![64].
Antistrofa 2º
También lloro tu dolor, desdichada madre de hijos, porque vas a matar a tus criaturas por un lecho nupcial que tu esposo ha traicionado sin razón, para compartir la vida con otra esposa.
(El pedagogo regresa con los niños.)
PEDAGOGO. — Señora, he aquí a tus hijos liberados del destierro; la joven reina ha recibido con gusto los regalos en sus manos. En aquella casa hay paz para tus hijos. ¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan confundida cuando la fortuna te sonríe? [¿Por qué vuelves hacia atrás tu mejilla y no recibes alegre mis palabras?
MEDEA. — ¡Ay, ay!
PEDAGOGO. — Tus lamentos no armonizan con mis noticias.
MEDEA. — ¡Ay, ay, una vez más!
PEDAGOGO. — ¿Te he anunciado sin saberlo una mala noticia? ¿He errado en mi suposición de que te traía una nueva feliz?
MEDEA. — La noticia es tal como es. No te reprocho nada.
PEDAGOGO. — ¿A qué vienen esos ajos bajos y ese torrente de lágrimas?
MEDEA. — Una gran necesidad me obliga a ello, anciano, pues lo que va a suceder lo han tramado los dioses y mi locura.
PEDAGOGO. — ¡Ánimo! También tú regresarás un día con la ayuda de tus hijos.
MEDEA. — Antes haré regresar hacia abajo yo a otros[65], ¡desdichada de mí!
PEDAGOGO. — No eres la única que ha sido separada de sus hijos. Un mortal debe soportar los azares adversos como si no le pesaran.
MEDEA. — Así lo haré. Entra tú dentro de la casa y procura a los niños lo que necesiten para cada día. (El pedagogo abandona la escena.)
¡Oh hijos, hijos! Ya tenéis una ciudad y una casa, en la que, después de abandonarme en mi desdicha, viviréis siempre, privados de Vuestra madre. Yo me voy, desterrada hacia otra tierra, antes de haber gozado de vosotros y de haberos visto felices, antes de haberos dado una esposa, de haber adornado vuestro lecho nupcial y haber mantenido en alto las antorchas[66]. ¡Oh desgraciada de mí por mi orgullo! En vano, hijos, os he criado, en vano afronté fatigas y me consumí en esfuerzos, soportando los terribles dolores del parto. Y pensar que había depositado en vosotros muchas esperanzas, ¡infeliz de mí!, de que me alimentaríais en mi vejez y de que, una vez muerta, me enterraríais piadosamente con vuestras propias manos, acción deseada por los mortales. Y ahora ha muerto ese dulce pensamiento. Privada de vosotros, arrastraré una vida triste y dolorosa. Vosotros no veréis más a vuestra madre con vuestros queridos ojos, pues - estáis a punto de cambiar a otra forma de vida[67].
¡Ay, ay!, ¿por qué me miráis con vuestros ojos, hijos? ¿Por qué sonreis, como si fuese vuestra última sonrisa? ¡Ay, ay! ¿Qué voy a hacer? Mi corazón desfallece, cuando veo la brillante mirada de mis hijos.
No podría hacerlo. Adiós a mis anteriores planes.
Sacaré a mis hijos de esta tierra. ¿Por qué, por afligir a su padre con la desgracia de ellos, debo procurarme a mi misma un mal doble? ¡No y no! ¿Adiós a mis planes!?
Pero, ¿qué es lo que me pasa? ¿Es que deseo ser el hazmerreír, dejando sin castigar a mis enemigos? Tengo que atreverme. ¡ Qué cobardía la mía, entregar mi alma a blandos proyectos! Entrad en casa, hijos.
A quien la ley divina impida asistir a mi sacrificio, que actúe como quiera. Mi mano no vacilará.
¡Ay, ay! ¡No, corazón mío, no realices este crimen! ¡Déjalos, desdichada! ¡Ahorra el sacrificio de tus hijos! Aunque no vivan conmigo, me servirán de alegría.
¡No, por los vengadores subterráneos del Hades! Nunca sucederá que yo entregue a mis hijos a los enemigos para recibir un ultraje. [Es de todo punto necesario que mueran y, puesto que lo es, los matare yo que les he dado el ser.] Está completamente decidido y no se puede evitar Ahora, con la corona sobre su cabeza y vestida con el peplo, la joven reina se está muriendo, estoy segura. Y bien, puesto que me dirijo por el camino más penoso y a ellos los voy a enviar por uno más penoso aún, deseo despedirme de mis hijos. (Los niños vuelven a aparecer en escena.) Dadme, hijos míos, dadme vuestra mano derecha, para que vuestra madre la cubra de besos. ¡Oh mano queridísima, boca queridísima, rasgos y noble rostro de mis hijos! ¡Que seáis felices, pero allí![68]
Vuestro padre os ha privado de la felicidad de aquí. ¡Oh dulce abrazo, oh suave piel y aliento dulcísimo de mis hijos! Idos, idos. (Los aleja de si e indica que los lleven dentro de casa.) ¡No tengo fuerzas para dirigir sobre vosotros mi mirada, me vencen mis desgracias! Si, conozco los Crímenes que voy a realizar, pero mi pasión es más poderosa que mis reflexiones y ella es la mayor causante de males para los mortales.
CORIFEO. — Ya en muchas ocasiones me he adentrado en el camino de los razonamientos sutiles y me he enfrentado con disputas mayores de las que debe abordar el género femenino. Y es que nosotras también poseemos una Musa que nos acompaña en busca de la sabiduría, pero no todas, pues en el linaje de las mujeres, entre muchas quizá hallarías sólo una pequeña parte que no sea ajena al don de las Musas.
Y afirmo que aquellos de los mortales que no conocen en absoluto la procreación de hijos superan en felicidad a los que los han engendrado. Los que no poseen hijos, por desconocer si ellos proporcionan alegría o tristeza a los mortales, al no haber llegado a tenerlos se libran de muchos pesares.
Pero aquellos que tien¿?n en su casa un dulce plantel de hijos, los veo todo el tiempo atormentados por su cuidado, pensando primero de qué modo los educarán mejor y de dónde les dejarán a ellos un modo de vida y, además de esto, si se están esforzando por hijos malos o por buenos, lo cual es una cosa incierta.
Y ahora voy a decir el peor de todos los males para los mortales: supongamos que ya han encontrado suficientes recursos, que han llegado a la flor de la juventud y que han resultado ser buenos; si, a pesar de ello, el destino así lo impone, la muerte los encamina hacía Hades llevándose sus cuerpos. ¿Qué utilidad proporciona a los mortales que los dioses, por el
ansía de tener hijos, añadan a los que ya poseen este dolor, el más cruel de todos?
MEDEA. — Amigas, desde hace tiempo estoy esperando el desenlace y espío lo que en palacio estará sucediendo. Pero he aquí que veo avanzar a uno de los sirvientes de Jasón. Su jadeo anhelante indica que viene a anunciamos una nueva desgracia.
MENSAJERO. — ¡Oh tú que has cometido una acción terrible y fuera de la ley, Medea, huye, huye por el medio que sea, por mar o por tierra!
MEDEA. — ¿Pero qué ocurre para que tenga que emprender esta huida?
MENSAJERO. — Han muerto la joven princesa y Creonte, su padre, por causa de tus filtros.
MEDEA. — Me has anunciado una noticia bellísima; en adelante te tendré entre mis bienhechores y amigos.
MENSAJERO. — ¿Qué dices? ¿Estás cuerda y no demente, mujer? Tú que has ultrajado el hogar de los príncipes, ¿te alegras y no tiemblas al oír esta noticia?
MEDEA. — Podría perfectamente responder a tus palabras, pero no te excites, amigo, y habla. ¿Cómo han muerto? Pues dos veces me causarías alegría si hubieran muerto del modo más terrible.
MENSAJERO. — Cuando la doble descendencia de tus hijos llegó con su padre y franquearon el umbral de la morada nupcial, nosotros, los esclavos, nos alegramos, pues estábamos agobiados por tus males. Al punto, de oído en oído se repetía como un susurro que tú y tu esposo habíais cesado en vuestra disputa anterior. Uno besa la mano, otro el rubio cabello de tus hijos y yo mismo, lleno de gozo, acompañé a los niños hasta la habitación de las mujeres[69]. La señora que honrábamos ahora en tu lugar, antes de haber visto a la pareja de tus hijos lanzó a Jasón una mirada apasionada, pero luego ocultó sus ojos y volvió hacia atrás su blanca mejilla, molesta ante la entrada de tus hijos. Y tu esposo intentaba aplacar el furor y la uso cólera de la joven, diciéndole: «¿No vas a ser acogedora con mis seres queridos? ¿Cesarás en tu furor y volverás hacia nosotros la cabeza, considerando amigos a los que antes lo eran de tu esposo? ¿No vas a aceptar los regalos y pedir a tu padre que, en consideración a mí, libere a mis hijos del destierro?»
Y ella, cuando vio el regalo, no se resistió, sino que concedió todo a su esposo y, antes de que se hubieran alejado mucho de la casa el padre y los hijos, tomando los abigarrados peplos se los puso y, colocándose la corona de oro sobre sus bucles, adorna su cabello delante de un brillante espejo, sonriendo ante la aparición de la imagen sin vida de su cuerpo. Y después, levantándose de su trono, pasea por la habitación, caminando graciosamente con su blanquísimo pie, rebosante de alegría por los regalos, y una y otra vez dirige hacia atrás su mirada curiosa sobre sus talones, poniéndose de puntillas[70]. Pero entonces tuvo lugar un espectáculo horrible de ver: cambiando el color, retrocede inclinada, con todos sus miembros temblorosos, y apenas sí le da tiempo a reclinarse en su trono para no caer a tierra. Y una criada anciana, creyendo que se trataba de un acceso de furor de Pan o de algún dios[71] dio un alarido de conjuro, antes de ver que, a través de su boca, corría blanca espuma y que las pupilas de sus ojos daban -vueltas y que la sangre abandonaba su cuerpo; al alarido de conjuro le siguió entonces un gran lamento. Al punto, una se precipita a la casa de su padre, otra a la de su nuevo esposo, para comunicarle la desgracia de su esposa, y todo el palacio resuena por las apretadas carreras.
Ya, con paso ligero, un corredor rápido habría recorrido los seis pletros del estadio y alcanzado su final[72], cuando ella se recobró de su estado de mudez y volvió a abrir sus ojos cerrados, después de lanzar un grito terrible. Una doble plaga se había lanzado contra ella: la corona de oro que rodeaba su cabeza lanzaba un prodigioso torrente de fuego devastador,
y los sutiles peplos, regalo de tus hijos, devoraban la blanca carne de la desdichada. Intenta huir, levantándose del trono abrasada, sacudiendo su cabello y su cabeza a un lado y a otro, queriendo arrojar la corona, pero las uniones del oro estaban firmemente engarzadas y el fuego, cuanto más sacudía sus cabellos, en lugar de extinguirse redoblaba su fulgor. Y ella cae por fin al suelo, vencida por la desgracia, totalmente irreconocible, excepto para su padre. No se distinguía la expresión de sus ojos ni su bello rostro, la sangre caía desde lo alto de su cabeza confundida con el fuego, y las carnes se desprendían de sus huesos, como lágrimas de pino[73], bajo los invisibles dientes del veneno. ¡Terrible espectáculo! Todas teníamos miedo de tocar el cadáver, pues su desgracia nos servía de maestro.
Mas su infortunado padre, sin conocer su calamidad, entrando de improviso en la casa, se arroja sobre el cadáver. Al punto estalla en gemidos y, rodeándola con sus brazos, la besa mientras dice: <¡Oh hija desdichada!, ¿qué dios te ha perdido de una forma tan ignominiosa? ¿Quién ha dejado huérfano de ti a un anciano, a una tumba[74]? . ¡Ay de mi! ¡Deseo acompañarte en la muerte, hija! » Y cuando cesó en sus lamentos y sollozos, aunque intentaba levantar su anciano cuerpo, quedó adherido, como yedra a ramas de laurel, a los sutiles peplos, y una lucha terrible se desarrollaba, pues él quería levantar su rodilla, pero ella lo retenía. Y si tiraba con fuerza, arrancaba sus ancianas carnes de los huesos. Por fin renunció, y el desgraciado entregó su vida, pues no pudo derrotar al mal. La hija y el anciano padre yacen muertos uno al lado del otro, desgracia que merece lágrimas.
(A Medea.) Rehúso decir palabra alguna de aquello que te concierne, pues tú misma sabrás el medio de huir del castigo. No es la primera vez que considero la condición humana una sombra y valientemente podría decir que, de los mortales, los que pasan por sabios e indagadores de conocimientos, ésos son los que se ganan el mayor castigo. Pues ninguno de los mortales es feliz y, cuando la prosperidad se derrama, uno podrá ser más afortunado que otro, pero no feliz.
CORIFEO. — La divinidad parece que en este día ha acumulado con justicia, muchas desgracias sobre Jasón. ¡Oh desdichada hija de Creonte, cómo lloramos tus desgracias, tú que te encaminas hacia las moradas de Hades por tu boda con Jasón!
MEDEA. — Amigas, mi acción está decidida: matar cuanto antes a mis hijos y alejarme de esta tierra; no deseo, por vacilación, entregarlos a otra mano más hostil que los mate. Es de todo punto necesario que mueran y, puesto que es preciso, los mataré yo que los he engendrado. Así que, ¡ármate, corazón mío! ¿Por qué vacilamos en realizar un crimen terrible pero necesario? ¡Vamos, desdichada mano mía, toma la espada! ¡Tómala! ¡Salta la barrera que abrirá paso a una vida dolorosa! ¡No te eches atrás! ¡No pienses que se trata de tus hijos queridísimos, que tú los has dado a luz! ¡Olvidate por un breve instante de que son tus hijos y luego... llora! Porque, aunque los mate, ten en cuenta que eran carne de tu carne; seré una 1250
mujer desdichada. Entra en la casa.
CORO
Estrofa 1.
¡Oh Tierra y resplandeciente rayo del Sol! ¡Contemplad, ved a esta mujer funesta, antes de que arroje sobre sus hijos su mano asesina, matadora de su propía carne! De tu áurea estirpe han germinado[75] causa terror que l~ sangre de un dios sea vertida por hombres. ¡Detenía, oh luz nacida de Zeus, arroja de la casa a la desdichada y asesina Erinis enviada por
los dioses vengadores![76]
Antistrofa 1
En vano se ha destruido el esfuerzo por engendrar tus hijos; en vano engendraste un linaje querido. ¡Oh tú que abandonaste la azulada roca de las Sim piégades y el paso inhóspito! ¡Desdichada! ¿Por qué cae sobre ti la pesada cólera de tu alma y se transforma en crimen hostil? Duras son para los mortales las manchas de sangre familiar derramadas sobre la tierra, y dolores proporcionados a su culpa hacen caer los
dioses sobre las casas de los asesinos.
NIÑOS. — (Desde dentro.) ¡Ay, ay de mí!
CORIFEO.
Estrofa 2ª
¿Lo oyes, oyes el grito de los niños? ¡Oh desventurada, oh infeliz mujer!
NIÑOS. — (Desde dentro.)—¡Ay de mí! ¿Qué hacer? ¿Adónde huir de las
manos de mi madre?
—No lo sé, hermano queridísimo. Estamos perdidos.
CORIFEO. — ¿Debo entrar en la casa? Creo que hay que salvar a los niños de la muerte.
NIÑOS. — (Desde dentro.)
—Sí, por los dioses, ‘salvadnos. Es el momento.
—¡Cuán cerca estamos ya del filo de la espada!
CORIFEO. — ¡Desdichada! ¡Es que eres como una roca o un hierro, para haberte atrevido a matar con tu mano asesina el fruto de los hijos que engendraste!
CORO
Antistrofa 2ª
De una sola, de una sola de las mujeres de antes tengo noticia que dirigiera su mano contra sus propios hijos: ¡no, enloquecida por los dioses, cuando la esposa de Zeus la expulsó de su casa, para que anduviera errante[77]. Y ella, la desdichada, se lanzó al mar por el impío crimen de sus hijos, precipitándose desde la costa marina, y murió arrastrando a los’ dos hijos en su muerte. ¿Podría haber sucedido algo más terrible? ¡Oh lecho de las mujeres, rico en sufrimientos, cuántos males habéis causado ya a los mortales!
(Jasón entra apresuradamente en escena.)
JASÓN— Mujeres que estáis cerca de esta morada, ¿está aún en palacio la que ha realizado estas atrocidades, Medea, o se ha dado a la fuga? Pues ella debe ocultarse bajo la tierra o elevar su cuerpo hacia la profundidad del ter como si tuviese alas, si no quiere pagar su castigo a la casa real. ¿Tiene el convencimiento de que, después de haber asesinado a los soberanos de esta tierra, podrá huir impunemente de esta casa? Pero ella no me importa tanto como mis hijos.
Aquellos que recibieron el mal le causarán el mal a ella; yo he venido a salvar la vida de mis hijos, no sea que los parientes les causen algún daño, en venganza del impío crimen de su madre.
CORIFEO. — ¡Oh desdichado, no sabes a qué punto de tus desgracias has llegado, Jasón! Si lo supieras, no habrías pronunciado estas palabras.
JASÓN. — ¿Qué sucede? ¿Es que quiere también matarme a mí?
CORIFEO. — Tus hijos han muerto a manos de su madre.
JASÓN. — ¡Ay de mí! ¿Qué dices? ¡Cómo me has golpeado de muerte, mujer!
CORIFEO. — Convencete de que tus hijos ya no existen.
JASÓN. — ¿Dónde los ha matado? ¿Dentro o fuera de la casa?
CORIFEO. — Si abres las puertas, verás el crimen de tus hijos.
JASÓN — (Llamando a gritos a los criados de la casa.) Soltad los cerrojos lo más pronto posible. Criados, quitad las barras, para que pueda ver la doble
desgracia, a ellos que están muertos y a ella que recibirá mi castigo.
MEDEA. — (Aparece Medea en lo alto de la casa sobre un carro tirado por dragones alados con los cadáveres de sus hijos.) ¿Por qué mueves y fuerzas estas puertas, tratando de buscar a los cadáveres y a mí, la autora del crimen? Cesa en tu esfuerzo. Si necesitas algo de mí, si pretendes algo, dilo, pero nunca me tocarás con tu mano. Tal carro nos ha dado el Sol, padre de mi padre, para protección contra mano enemiga.
JASÓN. — ¡Oh ser odioso, oh, con mucho, la más abominable para los dioses, para mí y para toda la raza de los hombres! ¡Tú que sobre tus propios hijos te atreviste a lanzar la espada, a pesar de haberlos engendrado, y, al dejarme sin ellos, me destruiste!
¡ Y, a pesar de haberlo hecho, puedes mirar el sol y la tierra, cuando te has atrevido a una acción tan impía! ¡Deseo que mueras! Ahora, he recuperado la cordura que entonces no tuve, cuando, desde tu casa y desde tu país extranjero, te traía a una casa griega, enorme desgracia, traidora a tu padre y a la tierra que te crió. Los dioses han arrojado sobre mí tu genio vengador, pues ya habías matado a tu hermano en tu hogar cuando embarcaste en la nave Argo, de bella proa.[78] Así comenzaste tus crímenes. Habiéndote casado después conmigo y dado hijos, por celos de un lecho y una esposa los mataste. No existe mujer griega que se hubiera atrevido a esto, y, sin embargo, antes que con ellas preferí casarme contigo —unión odiosa y funesta para mi—, leona, no mujer, de natural más salvaje que la tirrénica Escila[79] Pero no conseguiría morderte con mis infinitos reproches; tal es el atrevimiento que posees por naturaleza. ¡Vete en mala hora, infame y asesina de Jus hijos! A mí sólo me queda lamentar mi destino, no podré disfrutar de mi nuevo matrimonio y a los hijos’ que engendré y crié no podré hablarles vivos, los he perdido para siempre.
MEDEA. — Podría extenderme mucho respondiendo a tus palabras, si el padre Zeus no supiera los beneficios que recibiste de mí y el pago que tú me diste.
Tú no debías, después de haber deshonrado mi lecho, llevar una vida agradable, riéndote de mí; ni la princesa, ni tampoco el que te procuró el matrimonio, Creonte, debían haberme expulsado impunemente de esta tierra. Y ahora, si te place, llámame leona y Escila que habita el suelo tirrénico. A tu corazón, como debía, he devuelto el golpe.
JASÓN. — También tú sufres y eres partícipe de mis males.
MEDEA. — Sábelo bien: el dolor me libera, si no te sirve de alegría.
JASÓN. — ¡Oh hijos, qué madre malvada os cayó en suerte!
MEDEA. — ¡ Oh niños, cómo habéis perecido por la locura de vuestro padre!
JASÓN. — Pero no los destruyó mi mano derecha. 1365
MEDEA. — Sino tu ultraje y tu reciente boda.
JAsÓN. — ¿Te pareció bien matarlos por celos de mi lecho?
MEDEA. — ¿Crees que es un dolor pequeño para una mujer?
JASÓN. — Si. ella es sensata, sí, pero para ti es la mayor desgracia.
MEDEA. — (Señalando a los cadáveres.) Ellos ya no viven. Esto te morderá.
JASÓN. — Ellos viven, ay de mí, como genios vengadores de tu cabeza.
MEDEA. — Los dioses saben quién comenzó la desgracia.
JASÓN — Conocen, sin duda, tu alma abominable.
MEDEA. — Odia. Detesto tus amargas palabras.
JASÓN. — Y yo las tuyas, pero la separación es fácil.
MEDEA. — ¿Cómo? ¿Qué debo hacer? Lo deseo con todas mis fuerzas.
JASÓN. — Déjame enterrar a estos muertos y llorarlos.
MEDEA. — Eso no, pues yo deseo enterrarlos con mi propia mano, llevándolos al santuario de Hera, diosa Acrea[80], para que ninguno, de mis enemigos los ultraje saqueando sus tumbas. Y en esta tierra de Corinto instituiremos, de ahora en adelante, una solemne fiesta y ritos expiatorios de este impío crimen. Yo me voy a la tierra de Erecteo a vivir en compañía de Egeo, hijo de Pandión. Tú, como es natural, morirás de mala manera, golpeado en tu cabeza por un despojo de la Argo[81], viendo así el amargo final de tu boda conmigo.
JASÓN. — ¡Ojalá te destruya la Erinis de tus hijos y la Justicía vengadora!
MEDEA. — ¿Qué dios o divinidad te va a escuchar, perjuro y engañador de tus huéspedes?[82]
MEDEA
123
JAsÓN. — ¡Ay, ay, infame, infanticida!
MEDEA. — Entra en casa y entierra a tu esposa.
JASÓN. — Entro, privado de mis dos hijos.
MEDEA. — Aún no es nada tu llanto; aguarda a la vejez.
JASÓN. — ¡Oh hijos queridísimos!
MEDEA. — Para su madre, para ti no.
JAsÓN. — ¿Y por ello los mataste?
MEDEA. — Para causarte dolor.
JASÓN. — ¡Ay de mí! Quiero, infeliz de mí, besar los labios queridos de mis hijos.
MEDEA. — Ahora los llamas, ahora quieres acariciarlos, cuando antes los rechazabas.
JASÓN. — Concédeme, por los dioses, tocar la blanca piel de mis hijos.
MEDEA — No es posible. Lanzas palabras al viento.
JAsÓN. — ¡Zeus! ¿Oyes cómo he sido rechazado? ¿Qué ultrajes he padecido por culpa de esta odiosa e infanticida leona? Pero cuanto me es permitido y puedo, los lloro e invoco a los dioses y les pongo como testigos de que tú, después de haber asesinado a mis hijos, me impides tocarlos con las manos y enterrar sus cadáveres. ¡Nunca debería haberlos engendrado para verlos morir bajo tu mano!
(Abandona la escena.)
CORIFEO. — Zeus en el Olimpo es el dispensador de muchos acontecimientos y muchas cosas, inesperadamente, concluyen los dioses. Lo esperado no se llevó a cabo y de lo inesperado un dios halló el camino.
Así se ha resuelto esta tragedia.
INTRODUCCIÓN
Medea se representó bajo el arcontado de Pitodoro, primer año de la Olimpíada ochenta y siete, es decir, el año 431 a. C. El trágico Euforión obtuvo el primer premio en este certamen y Sófocles el segundo. Eurípides tuvo que conformarse con el último puesto, una muestra más de la escasa aceptación de que gozó su teatro entre sus contemporáneos. El drama formaba parte de la tetralogía Medea, Filoctetes, Dictis y el drama Satírico Los Recolectores, que ya se había perdido, a juzgar por la información del “Argumento” en la época alejandrina.
La leyenda. — El armazón mítico de la tragedia Medea es el resultado de una variada tradición legendaria., no siempre concordante en algunos detalles, centrada en la famosa expedición de los Argonautas, narrada en época helenística por el poeta Apolonio de Rodas y cuya finalidad consistía en la conquista del Vellocino de oro. En los poemas homéricos, especialmente en la Odisea, hallamos ya mención de Esón, padre de Jasón, y de Pelias, tío del mismo, que tanta importancia jugaron en la leyenda. También, y dentro la saga de la maga Circe, se nos habla del reino de Eetes, que era hermano de la hechicera. Es indudable, por tanto, que, en la época de composición de los poemas homéricos y probablemente antes, los asistentes a las recitaciones de los aedos conocían a la perfección las peripecias de los Argonautas a bordo de la nave Argo y su búsqueda del vellocino de oro en la Cólquide. El nombre de Medea, no obstante, no aparece documentado hasta la Teogonía de Hesíodo (956 y sigs.). Medea era hija de Eetes y de Idia, que, a su vez, era hija del Océano. Jasón era hijo de Esón y, después de haber culminado con éxito las duras pruebas impuestas por su tío y usurpador del trono paterno Pelias, se llevó a Medea a su patria de Yolco, se casó con ella y tuvo un hijo.
La leyenda de los Argonautas aparece reflejada también en las composiciones de los poetas líricos, y en la IV Pítica de Píndaro encontramos la primera exposición detallada de la expedición, desde la aparición de Jasón a su tío y usurpador Pelias hasta el regreso victorioso de los expedicionarios a la isla de Lemnos, acompañados ya por Medea. Los detalles precisos referidos en el Epinicio pindárico evidencian que la leyenda estaba ya en un estado de madurez total.
El mito de Jasón no se concluía, no obstante, con el regreso a su país natal, en posesión del vellocino de oro. La muerte de su tío Pelias habría obligado a Jasón a abandonar Yolco y huir hacia otros lugares en compañía de su esposa Medea y de su hijo Mérmero. Cárcino nos ha dejado en sus Naupáctica el testimonio de que en la isla de Corcira, en la que se había refugiado, su hijo había sido despedazado por una leona. Pero la tradición relacionaba los acontecimientos posteriores al abandono de Yolco especialmente con la ciudad de Corinto. Según las Corintíaca del poeta Eumelo, Eetes había recibido de su padre el Sol la ciudad de Éfira (luego Corinto), a donde irla Medea a recoger la herencia paterna, acompañada por Jasón, que reinaría compartiendo el trono con ella.
A juzgar por los datos de que disponemos, parece que leyenda primitiva era completamente independiente de la muerte de Pelias a manos de sus hijas por instigación de Medea, para vengar, de este modo, a Jasón y al padre de éste, Esón, a quien Pelias había asesinado para arrebatarle el trono de Yolco. Posteriormente, ambas tradiciones serían puestas en relación, y la estancia de Jasón y de Medea en la ciudad de Corinto se consideraría originada por este asesinato, a consecuencia del cual los esposos se habían visto obligados a exiliarse desde Yolco a Corinto. Además, algunos poetas de ciclos épicos, como Creófilo en La toma de Ecalia, nos procura información sobre la muerte de Creonte, rey de Corinto, envenenado por Medea, y la posterior huida de ésta a Atenas, con otra serie de datos sobre la suerte de sus hijos.
Teniendo en cuenta lo que acabamos de exponer, resulta evidente que la tradición situaba la venganza de Medea en la ciudad de Corinto. Cuando Pausanias recorrió Grecia, se enseñaba aún en Corinto la fuente a la que Glauce se arrojó, intentando liberarse de los efectos del terrible veneno, así como la tumba de los hijos de Medea, Mérmero y Feres, apedreados por los corintios como castigo por haber llevado a Glauce los funestos dones. En lo que toca a Medea, Creófilo afirmaba que se había refugiado en Atenas, y, según Pausanias, vivió en casa de Egeo y, después, por haber conspirado contra Teseo, se vio obligada a huir con su hijo Medo, fruto de sus amores con Egeo.
Es claro que en el siglo y la leyenda estaba perfectamente fijada y que el único punto de divergencia lo constituían las distintas versiones sobre la muerte de los hijos de Medea. Según unos, murieron a manos de los parientes de Creonte, según otros, asesinados por los corintios, y algunos, por último, atribuían su muerte a la despechada Medea.
A pesar de que Esquilo y Sófocles se ocuparon, en varias tragedias, de diversos aspectos del mito de los Argonautas, sólo el poeta Neofrón, al decir del “Argumento”, parece haber tratado el tema con anterioridad a Eurípides. Aunque alguna fuente sitúa a Neofrón en el siglo IV, parece seguro que este poeta debió de vivir a mediados del siglo y. Los fragmentos que conservamos de su obra nos permiten deducir que Eurípides se inspiró casi por completo en la tragedia de su predecesor. Estobeo nos ha legado quince versos importantísimos que constituían un fragmento del monólogo de Medea, en el cual describía la vacilación de la heroína entre colmar su sed de venganza, o padecerse de sus amados hijos. La semejanza con el célebre monólogo euripideo (1021 y sigs.) ha llamado la atención de los críticos, que han expresado opiniones diversas sobre tan sorprendente hecho, en las cuales nosotros no podemos entrar.
Valoración de la obra. — Sin la menor duda, Medea supera con mucho a Alcestis, por su estructura, fuerza dramática y análisis profundo de los motivos que impulsan a obrar a los protagonistas. Probablemente forma con Hipólito la cima del drama euripideo. Como observa muy finamente Lesky[83], en ninguna otra creación del .teatro griego se han presentado con tanta nitidez las fuerzas oscuras e irracionales que puede brotar del complejo corazón humano. Esta agonía continua entre sentimientos contrapuestos, entre razón irracionalidad, adquiere una formulación definitiva bellísima en tres monólogos, en los que Medea expresa sus atormentados pensamientos (364; 1021; 1236). El deseo de venganza por la traición sufrida, el amor por sus hijos, la catástrofe que su acción ocasionará en el palacio, se debaten, como dice Lesky, en el campo le batalla del alma de la infeliz Medea. Conviene destacar, una vez más, cómo Eurípides ha centrado todo el problema sobre seres humanos de carne y hueso, en sus pasiones violentas. Como ha notado muy bien Méridier[84], un trágico como Esquilo habría hecho hincapié, de acuerdo con la concepción tradicional griega, que exigía lavar con sangre los delitos de sangre, en el problema religioso y hubiese llegado a la conclusión (como en la Orestía) de que las tribulaciones de Medea son la secuela lógica de los actos impíos que cometió matando a sus hermanos para huir en pos de Jasón. En Medea de Eurípides no hay nada semejante. No
interesa al poeta ni detenerse en problemas de corte teológico, como a Esquilo, ni tampoco ahondar en el dolor humano como demostración de los peligros que pueden acechar al hombre que, traspasando su límite, se hace la ilusión de acercarse a la grandeza divina, como nos lo hubiera presentado Sófocles. Eurípides se propuso escudriñar los recovecos de un alma femenina atormentada por el sufrimiento y la pasión, que rechaza los sensatos dictados de la razón; con esta única intención, legó a nuestra civilización una obra maestra de la escena que ejercería un influjo secular el patrimonio literario y musical (piénsese en Medea de Cherubini) de toda Europa.
Estructura esquemática de la obra. —
PRÓLOGO (1-95). Monólogo de la nodriza y aparición en escena
del pedagogo con la noticia del destierro de Medea.
PÁRODO (96-213). Después de la entrada del Coro en escena,
Sigue la párodo, propiamente dicha, entre el Coro, la nodriza y Medea.
EPISODIO 1º (214-409). Lamentación de Medea sobre la condición
de la mujer y diálogo con Creonte.
ESTÁSIMO 1 (410-445). El Coro filosofa sobre la violación los juramentos y lamenta la situación de Medea.
EPISODIO 2º (446-626). Diálogo entre Medea y Jasón.
ESTÁSIMO 2.º (627-662). El Coro exalta el poderío de Cipris, diosa
del amor.
EPISODIO 3º (663-823). Encuentro y diálogo entre Medea y Egeo
Medea, a continuación, expone su terrible proyecto.
ESTÁSIMO 3º (824-865). El Coro hace un encendido elogio
Atenas.
EPISODIO 4º (866-975). Nuevo diálogo entre Medea y Jasón.
ESTÁSIMO 4º (976-1001). El Coro llora la suerte de los niños
de Medea.
EPISODIO 5º (1002-1250). Diálogo entre Medea y el pedagogo que le refiere la desgracia de palacio. A continuación, el mensajero describe con detalle lo ocurrido.
ESTÁSIMO 5º (1251-1292). El Coro presagia la catástrofe que
avecina sobre los niños.
ÉXODO (1293-1419). La primera escena es entre Jasón y el Cor
La segunda, entre Jasón y Medea.
ARGUMENTO
Habiendo venido Jasón a Corinto en compañía de Medea, se promete en matrimonio con Glauce, hija de Creonte rey de Corinto. A punto de ser desterrada Corinto por Creonte, Medea suplica permanecer un tiempo más y obtiene su petición. Para compensar este favor envía a Glauce, por medio de sus hijos, como presentes, un vestido y una corona de oro; nada más hacer uso de ellos, Glauce muere. Creonte muere también al estrechar a su hija entre sus brazos. Medea, después de haber matado a sus propios hijos, montada ni carro de dragones alados, que recibió del Sol, hacia Atenas y allí se casa con Egeo, hijo de Padión. Ferecides y Simónides dicen que Medea rejuveneció a Jasón, haciéndolo cocer. Sobre su padre Esón, el autor de los Regresos dice lo siguiente:
Al punto, volvió a Esón un amable muchacho en la flor de la edad,
quitándole la vejez con sus sabios recursos, cociendo muchas drogas en calderas de oro.
Esquilo, en Las nodrizas de Dioniso, cuenta que rejuveneció también a las nodrizas de Dioniso haciéndolas cocer con sus esposos. Estáfilo dice que Medea hizo perecer a Jasón del siguiente modo: ella misma invitó a acostarse bajo la popa de la nave Argo, que estaba a punto de despedazarse por el paso tiempo; al caer la popa sobre Jasón, perdió la vida. El drama parece haber sido tomado de Neofrón, mediante una adaptación, como dice Dicearco en su Vida de Grecia y Aristóteles en sus Memorias. Le reprochan no haber conservado fiel el carácter de Medea sino hacerle caer en llanto, cuando tramaba su plan contra Jasón y su esposa. Se elogia, sin embargo, el comienzo por su carácter patético y su desarrollo: “y ni en los valles…”, y lo que viene a continuación.
Timáquidas lo ha comprendido y piensa que trata de una inversión del orden lógico, como Homero: «Habiéndose puesto vestidos perfumados y habiéndose lavado».
ARGUMENTO DEL GRAMATICO ARISTÓFANES
Medea, sintiendo odio hacia Jasón, por haber: casado con la hija de Creonte, mató a Glauce, Creonte y a sus propios hijos. Luego se separó Jasón y se fue a vivir con Egeo. El argumento no sido tratado por ningún otro de los trágicos.
El drama se desarrolla en Corinto. El coro es compuesto de mujeres de la ciudad. Recita el Prólogo la nodriza de Medea.
La representación tuvo lugar bajo el arcontado de Pitodoro, el primer año de la Olimpiada ochenta y siete.
Euforión obtuvo el primer puesto, Sófocles el segundo, Eurípides el tercero con Medea, Filoctetes y Dictis el drama satírico Los Recolectores, que se ha conservado.
[1] En este prólogo informativo de la Nodriza se narran los principales acontecimientos de la famosa expedición de los Argonautas en la nave Argo, en busca del vellocino de oro a la Cólquide, región situada en el Ponto Euxino, al sur del Cáucaso, cual se accedía por entre dos rompientes rocosos muy peligrosos, las Simplégades. El comienzo contiene ya una bella metáfora, en la que las velas del navío son comparadas con las alas de un pájaro.
[2] El Pelión es un monte de Tesalia famoso por sus bosques de pinos. Obsérvese la imagen que se conoce por el nombre de hysteron~proreron, que consiste en anticipar lingüísticamente una acción que lógicamente ha tenido que acontecer después, Pero que es considerada más importante desde el punto de vista psicológico. Es evidente que el pino tuvo que caer a tierra antes de que el navío surcase la mar.
[3] Para vengar la muerte del padre de Jasón a manos de Pelias, Medea convenció a sus hijas de que descuartizaran a su Padre y lo pusieran a cocer, asegurándoles que de este modo recobraría la juventud, pero Pelias no volvió a recobrar la vida.
[4] Alusión a los juramentos dados por Jasón a Medea respecto a su fidelidad, en los momentos de peligro de su viaje a la Cólquide.
[6] En el texto original griego dice literalmente: antigua posesión de la casa de mi señora.
[7] Hemos seguido al editor italiano VALGIGLIO en la traducción de la frase introducida por hós con valor exclamativo, CD lugar de causal.
[9] La fuente de Pirene, famosa por la dulzura de sus aguas, fue donada por Asopo (dios del no homónimo) a Sísifo, rey, de Corinto, por haberle revelado el rapto que habla llevado a cabo Zeus de su hija Egina.
[10] En este verso hay una bella metáfora basada en el 115 de un verbo que se emplea específicamente en la vida marinera. En nuestra traducción no ha podido ser reflejada con plenitud, si tenemos en cuenta que el verbo exantleó significa “vaciar de agua la sentina de la nave’ y, de aquí, ‘apurar.
1 lugar de la expresión más engarzada la cólera de su corazón.
.1.1ro y de difícil interpretación, si bien creemos que no hay
“‘es dificultades para captar el juego de bellas metáforas que
Paran la pasión de Medea con el progresivo desencadenarse
‘fla tempestad. Sobre la frase néphos andpsei .la nube esta-
con resplandor., cf. Fenicias 250 néphos phtégei, con un
flificado similar.
¡a, documentado ya en Homero y posteriormente en autores
TAO Solón, Teognis, etc.
[16] La expresión lecho real alude a la circunstancia de que Jasón, traicionando su fidelidad a Medea, se acaba de casar con Glauce, hija de Creonte, rey de Corinto
[18] Todos los manuscritos dan aquí la lección Oh gran Temis Y venerable Artemis, pero debido a la contradicción con el Verso 169, en el que la Nodriza nos dice que su señora invoca a Zeus y Temis, hemos aceptado la corrección de WEIL, que Siguen MÉRIDIER y otros. La diosa Temis es la representación de la justicia divina; realmente es un atributo personificado de Zeus, supremo garante de la justicia entre los dioses y los hombres.
[19] En la Teogonía de Hesíodo, Temis es hija de Urano y Gea (V. 135) y la segunda esposa de Zeus (v. 901). Posteriormente Dice o Justicia, hija de Zeus y Temis (y. 902) fue identificada con Temis, de donde se originó el hecho de que Temis fuera considerada hija de Zeus en lugar de su esposa.
[20] Se han propuesto muchas explicaciones del epíteto ‘obscuro’ aplicado al mar; quizá hace referencia a la visión del mar por la noche, como piensa el escoliasta, pero probablemente hace alusión a la oscuridad de las profundidades marinas.
[22] Ejemplo de la situación de inferioridad en que se encontraba la mujer en Atenas, si bien Eurípides evidencia aquí un notorio anacronismo, ya que en el siglo y la mujer podía divorciarse del marido con el patrocinio del arconte, aunque esto la desacreditaba.
[26] En todo este pasaje hallamos claras alusiones al peligro que corre el filósofo en su actuación ante el vulgo, argumento que era tratado también en su tragedia AntÍope. En el fondo se debate el problema de la utilidad o inutilidad del sabio para la comunidad, lo cual prueba lo cercano que estaba ya el divorcio de la unión sabio- Comunidad. Esto lo sabía perfectamente Eurípides, llamado, con razón, el filósofo de la escena.
[29] Hécate es una divinidad infernal de la magia. En el idilio II de “Teócrito” es relacionada con Circe y Medea.
[30] La expresión descendiente de Sísifo apunta a los corintios y en particular a la hija de Creonte, que descendía de Sísifo
[31] Medea es progenie del Sol, y de aquí el frecuente epíteto el Sol, padre de mi padre, dado que, según la mitología, es nieta de Helio.
[32] Frase proverbial empleada también por Esquilo y que expresa, según Hesiquio, una subversión de las leyes naturales. El adjetivo ‘sagrado’ aplicado a los ríos muestra una supervivencia de un animismo primitivo que creía que en cada río 5 se ocultaba una divinidad a la que se debía rendir culto.
[33] Seguramente, el poeta está pensando en Homero, Hesíodo, Simónides, Arquíloco, Hiponacte, que emitieron juicios muy desfavorables sobre las mujeres, pero los críticos se inclinan a pensar que Eurípides alude a las mujeres de su época.
[35] Hemos traducido chdrís por ‘encanto’ con PAGE. Otros autores lo traducen por ‘respeto’, ‘santidad’.
[37] Otra metáfora marinera para insistir en la idea del refugio que procura una casa paterna, similar al que ofrece un Puerto. Méridier traduce de un modo muy plástico ou jeter l`ancre de tes peines
[38] Este pasaje alude a acontecimientos de la expedición de los Argonautas, concretamente a la condición que puso Eetes, rey de la Cólquide, a Jasón para entregarle el vellocino de oro: poner el yugo a dos toros que despedían fuego por los ollares, y trabajar una tierra sembrando en ella los dientes del dragón de Ares, de Tebas, que Atenea había dado a Eetes. A pesar de que Jasón superó estas pruebas con la ayuda de las artes mágicas de Medea, el rey Eetes no quiso mantener su promesa de entregarle el vellocino, que estaba custodiado por una serpiente. Una vez que Medea consiguió adormecer a la serpiente con sus sortilegios, J asón se apoderó del vellocino y huyó en la nave Argo, a pesar de que Eetes intentase incendiarla.
[43] En relación con esta idea que refleja el tremendo egoísmo de Jasón, cf. EURÍPIDES, fr. 667: los amigos huyen al hombre desgraciado, así como Electra 1131: Nadie desea adquirir amigos pobres
[44] Éste es uno de los pasajes más significativos que granjearon a Eurípides la fama de misoginia. El número de versos del parlamento de Jasón es idéntico al de los recitados Medea; paralelismo semejante lo encontramos también en Electra, Heraclidas, Fenicias. Esta circunstancia hace el influjo de la costumbre, vigente en los tribunales de que los oradores empleasen, tanto en la acusación como en la defensa, el mismo tiempo en sus exposiciones, que era medido por una clepsidra o reloj de agua.
[45] Claro ataque de Eurípides contra la Sofística que hace de la oratoria el centro de la educación del hombre.
[47] Estas contraseñas (symbola) eran unas tablillas que partían los huéspedes para sellar su amistad y poder reconocerse en el futuro, al quedarse cada uno con una parte.
[48] Pandión es un nombre que designa a dos antiguos reyes Ática. Aquí se hace referencia al hijo de Cécrope, octavo rey del Ática y padre del rey Egeo.
[50] Nótese la finura del contraste psicológico que se deriva la diversa situación de ambos personajes, uno sin hijos y Otro, Medea, tramando contra ellos su venganza.
[51] Ciudad situada en la costa del golfo Saróníco fundada por Piteo, que era hijo de Pélope y hermano de Tiestes y de Atreo. A él se dirige Egeo, con la finalidad de conocer el sentido del extraño oráculo.
[52] Advertencia diplomática que hace Egeo de que no quiere enemistarse con su huésped Jasón, lo cual no impide que, en su momento, pueda ofrecer su hospitalidad a Medea.
[54] El hijo de Maya es Hermes, aquí en su faceta de compañero de viaje de los vivos y no de los muertos.
[56] Cefiso, dios del río del mismo nombre, es considerado también un progenitor de los atenienses, emparentado con el legendario rey Erecteo.
[57] El amor (los Amores> es considerado como el guía que conduce a la Sabiduría. Se ha visto aquel una alusión fugaz a la teoría platónica del Amor, tema central de su diálogo El Banquete.
[61] Proverbio muy popular entre los griegos, que aparece también en PLATÓN, República III 390 e, y Alcibíades II 149 e
[64] El poeta quiere indicar, con esta frase, que Jasón se engaña respecto a la suerte que caerá sobre él por su malvada acción. Otros opinan que hace referencia a su situación presente de príncipe feliz.
[65] Es decir, a las moradas infernales. Estamos ante un juego de palabras basado en el doble significado del verbo “regresar” y “Descender”.
[66] Según la costumbre griega, la madre de la esposa acompañaba al cortejo nupcial con una antorcha encendida, y la madre del esposo recibía al cortejo también con una antorcha ardiendo
[69] La enorme alegría que siente el sirviente le lleva a olvidar la prohibición de entrar en la habitación reservada a las mujeres.
[71] Los antiguos atribuían los inesperados ataques de cualquier enfermedad a accesos de turbación originados por alguna divinidad más o menos orgiástica, como sucede en el caso del dios Pan.
[73] Atrevida y hermosisima metáfora que compara la carne que se va desgarrando por el fuego y el calor producido por el veneno a las gotas de resma que, por influjo del intenso calor del verano, caen en forma líquida, como si de lágrimas se tratase.
[74] El escoliasta comenta que se solfa llamar a los ancianos “tumba”, por estar ya en el umbral de la muerte
[77] Cuenta la mitología que habiendo persuadido Ino a su esposo a acoger y educar a Dioniso en su casa, ambos se volvieron locos por causa de la enfurecida Hera, esposa de Zeus, ya que Dioniso era el fruto del amor adúltero de Zeus con Sémele. Presa de esta locura, mató mo a su hijo Melicertes y se arrojó con su cadáver al mar
[78] Según otra tradición, su hermano Apsirto había embarcado con ella, pero, perseguida por su padre, lo habría matado y arrojado sus despojos a las olas, ante los ojos de Ectes.
[79] Monstruo marino emboscado en el estrecho de Mesina. Se trata de una mujer, cuya parte inferior la forman seis perros feroces que devoran todo lo que se pone a su alcance.
[80] Parece que se hace referencia a un templo de Hera, situado en la acrópolis de Corinto; de aquí su epíteto Acrea, “de la colina”.
[81] Aunque existen varias explicaciones del escoliasta, lo más probable es que se aluda a la popa de la nave que estaba como regalo votivo en el templo de Hera, la cual, al caerse, le golpeó y le quitó la vida.
[82] Con el adjetivo xeinapdrou “engañador de huéspedes” se alude a los deberes de protección violados por Jasón con la extranjera Medea.